Con la masiva reprobación de unos 20 mil maestros que se sometieron a evaluación para concursar por una plaza docente, una vez más queda en evidencia la debilidad de la política educativa nacional en toda su integralidad, puesto que el debate sobre la calidad de las pruebas y la transparencia de los resultados, no es otra cosa que la cara sucia de un sistema en desorden e ineficiente.
Ya no es cuestión de rutina, ni se maneja con la facilidad de antes, en donde una señora o un señor entraban por la puerta del aula y todo el mundo sabía que se trataba del profesor o profesora, esa persona cuyo trabajo era brindar el contenido para que después los estudiantes tuvieran que recitarlo, memorizarlo, hacer el examen y todos contentos.
Hoy las cualidades y exigencias de quienes se dedican a la labor docente han cambiado de manera significativa, el problemas es que también cambiaron y curiosamente en sentido contrario, las prioridades de los estudiantes y la atención de los padres de familia en la formación de sus hijos, los mismos maestros cuestionan y en la mayoría de los casos se acomodan a la desmotivación de los alumnos y a su falta de interés por aprender.
Pareciera que los actores involucrados en el proceso educativo (maestros, gobierno, estudiantes y padres de familia), no se han dado cuenta que la mayor parte del conocimiento que recibimos tiene fecha de vencimiento y que el gran reto de la enseñanza es la renovación pedagógica mediante formas activas como la participación, el análisis crítico, el debate y la práctica.
Hay que mejorar la formación de los profesores, con el desarrollo de la tecnología los maestros deben tener la capacidad de transmitir los contenidos de sus clases mediante estrategias creativas e innovadoras adaptadas según las necesidades de su entorno.
Enfocándonos en el plano local, es una pena que como país no se pueda alcanzar con el ideal de contar con docentes que asuman un rol protagónico en el reto de promover importantes transformaciones acordes con las exigencias de calidad, eficacia y competitividad, maestros con sentido de responsabilidad social y con visión renovada e integral de sus capacidades profesionales.
Igual de lamentable es el descuido gubernamental en el desarrollo de programas avanzados que impulsen a los profesores en los distintos niveles de enseñanza, a desempeñarse no solo en la dimensión del aprendizaje de los estudiantes, sino también a incorporarse activamente en la gestión, elaboración y actualización de políticas educativas.
La formación docente es la clave para lograr un verdadero cambio educativo, y la calidad de la educación debe comenzar con la profesionalización de los maestros, sin embargo, este es un tema al que se le da muy poco valor y en las escuelas y colegios e increíblemente también en las universidades, se siguen aplicando métodos de enseñanza que no cumplen con los estándares que exigen las normativas académicas internacionales.
Para todo profesional de la docencia, la calidad y el fortalecimiento de su proceso formativo es fundamental, no puede un educador mantenerse al margen de las diferentes competencias curriculares que le permitan desarrollar mayores capacidades personales y profesionales para cumplir con la tarea de impartirse en los futuros profesionales.
Junto a esta necesidad formativa, se requiere de manera paralela, docentes con mentalidad de excelencia, apasionados por la innovación, receptivos a las nuevas tendencias y conocimientos, solo estos serán capaces de convertir su aula de clase en espacios para la investigación, la experimentación y el debate de las ideas, el educador es un actor decisivo en los procesos de transformación educativa.
Es desde la calidad docente que se puede generar recurso humano capaz de elevar la competitividad y la productividad del país y por tanto es urgente una reforma estructural que empiece por brindar soluciones a problemas históricos, no hacerlo es seguir condenando a las nuevas generaciones, y pensar seriamente en una “escuelita” vacacional para maestros reprobados, como ya se hace con sus estudiantes.