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Corrupción política; el mal de Honduras

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Aldo Romero / Periodista y Catedrático Universitario

En el ejercicio del poder político, la ambición, la codicia y la avaricia, se han convertido en los últimos años en nocivas manifestaciones de control social aplicadas por los gobiernos con el fin de establecer un sistema de gobierno en el que la autoridad a menudo se traduce en mecanismos coercitivos totalmente opuestos a los principios fundamentales de la democracia.

Estas tres características, identificativas de la política demagógica toman fuerza en Honduras de la misma manera en que se han establecido en otras naciones, en donde líderes y activistas de los sectores gobernante y de oposición, hacen uso de una serie de estrategias sutilmente planificadas con el afán único de alcanzar y retener el poder sin importar los medios para lograrlo.

La historia de la política hondureña está llena de casos de personas que en principio parecían honestas pero que al llegar a un cargo de importancia sus actuaciones no fueron consecuentes con la percepción primaria, y esto se debe a que sencillamente se olvidaron que el interés político debe estar concentrado en el bienestar ciudadano y no en el personal.

Mucho se ha escrito y se ha dicho sobre el alto precio que el país y sus habitantes hemos tenido que pagar producto de los desaciertos de una clase política acostumbrada a ejercer el poder mediante la presión y la coacción, difícilmente la nación se verá prosperada si depende de un sistema político y económico cada vez más centralizado.

La Honduras actual no es una nación en cambios, por el contrario, la corrupción, la impunidad, la inseguridad, la pobreza y el desempleo siguen arraigados y fortalecidos en medio de una sociedad aparentemente dormida y desinteresada.

La relación entre la política y la corrupción es cada vez más cercana y más fuerte a pesar que en el discurso político tradicional se manejan contundentes mensajes de transparencia y legalidad, por otro lado, el control de la institucionalidad agudiza la crisis de gobernabilidad en un estado en donde la sociedad no es el fundamento del poder político.

Vale la pena en medio de este panorama de ambiciones políticas peligrosas que vive la frágil democracia hondureña, recordar una histórica frase inmortalizada por Lord John Emerich Edward Dalberg-Acton (Lord Acton), filósofo británico que se opuso a la concentración del poder y al mal uso del mismo por parte de los estados, y que en uno de sus ensayos escribió que: “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”.