Yo me resisto, me niego a hablar mal del país, no quiero ser yo quien con actitudes irregulares y malos comportamientos fortalezca la opinión generalizada de que Honduras es entre otras cosas un país en desorden, corrupto, inseguro y carente de oportunidades para el adecuado desarrollo social y económico de sus habitantes aunque en efecto, esa sea nuestra realidad.
Si bien cada uno es libre de expresarse como mejor le parezca, incluso hasta de quejarse de su propio país, no es desconocido que a menudo este malestar es provocado por el descontento social ante una condición particular o colectiva que trasciende fronteras, nadie quiere vivir o visitar un país violento y convulsionado, los empresarios no quieren invertir en donde no se garantiza la seguridad jurídica y ciudadana, los ojos de la prensa mundial por su parte, están sobre una nación en donde sus principales líderes políticos son acusados y señalados por acciones irregulares.
En términos jurídicos, un país se refiere a una comunidad social que se organiza bajo normas políticas comunes, que reside en un espacio territorial especifico y se rige por sus propios órganos de gobierno que le dan la categoría de soberano e independiente, bajo este concepto entonces, son las mismas personas que lo habitan los responsables del deterioro de la imagen del país, gente cuya conducta, valores y actitudes limitan la construcción de un verdadero proceso de cultura ciudadana como base para el desarrollo y buenas prácticas en los entornos económicos, políticos, jurídicos y sociales.
Honduras no es un país corrupto, es la gente quien escoge a políticos cuestionados para que ejerzan la acción de gobernar, son los altos funcionarios de instituciones estatales que por décadas han pasado por alto los valores éticos, morales, de cooperación y responsabilidad, los constantes escándalos y rumores de corrupción, abuso de autoridad, nepotismo o financiamientos irregulares afectan la imagen del país en el plano internacional y agudizan la conflictividad social a nivel interno.
Sobre el menosprecio a la ley, es común encontrarse con personas de los diferentes estratos sociales acostumbradas a exigir a toda costa que se respeten sus derechos pero se pasan por alto los de los demás, se cruzan la luz en rojo, sobornan e insultan al policía de tránsito, hombres y mujeres vestidos de soberbia, altanería y orgullo que cuestionan los males de otros pero esconden los propios, quizás porque son amigos de alguien, familiares de alguien, por una aparente mejor condición económica o posición social o simplemente por sentimientos de frustración e impotencia.
No es el país, es la gente que perdió el interés por el fomento y la enseñanza de valores, actitudes, comportamientos y normas compartidas que generen sentido de pertenencia, que impulsen al progreso y que faciliten la convivencia y el respeto del patrimonio común.
El país sufre un descontrol social, los problemas son muchos, desde la inseguridad, la violencia, la corrupción e impunidad hasta la crisis en educación y salud o la pobreza, la falta de empleo entre otros y es tiempo que cada quien asuma la parte de responsabilidad que le corresponde.
Somos culpables todos, desde el gobernante o funcionario que se aprovecha de su investidura para beneficio propio, es culpable el que cegado por el fanatismo político respalda y promueve a falsos líderes como grandes estadistas, es culpable el ciudadano común y corriente como usted y como yo, que ante la incertidumbre social preferimos estar al margen para que las crisis no nos afecten, de una o de otra manera somos nosotros los responsables del país que tenemos. ¿Cuáles son sus actitudes con el país, con las leyes o su trato hacia las demás personas?